Ciertos aspectos de la capital de Autorquía
La capital del estado de Autorquía comparte el nombre con la isla, bien por pereza de sus habitantes (los mejores apelativos son siempre usados para sus propias obras), bien por simpatía con el país, o simplemente por considerar absurdo dar un nombre propio a las escasas trece calles y cuatro plazas que se congregan alrededor del coqueto puerto.
No se confunda el lector, sobre todo si procede de alguna de las agitadas ciudades que inundan las cuatro partes del globo; en Autorquía no falta de nada. Simplemente, en esta isla se le da preferencia al sosiego, la belleza y la calma, tan necesarios para la labor de los autores. Por ello, en un principio se buscó potenciar este efecto creando lo que se conoció como 'rincones con encanto', esto es, lugares con el espacio suficiente para albergar un pequeño jardín (ya fuera terrestre o colgante), un banco y, sobre todo, una fuente en cualquiera de sus modalidades (plato, surtidor, estanque, chorrito, etc.).
Tan abusivo fue el uso de fuentes públicas que trajo la primera sequía seria al país. El dilema no venía de la cantidad de litros usados por las fuentes, que reciclaban toda su agua (no potable, de todos modos), sino del lindo pero insistente gorgoteo que, según los propios ciudadanos, aumentaba irresistiblemente las ganas de orinar, lo que les empujaba a beber más si no querían sufrir los estragos de la deshidratación.
La eliminación de la mayor parte de fuentes (ahora ya sólo perviven unas treinta), provocó la potenciación de la crianza de aves cantoras (para seguir disfrutando de bellos sonidos, claro), lo que a su vez dio pie al molesto incidente de la lluvia de excrementos que, en consecuencia, hizo que se creara la mejor batería de limpieza conocida hasta la fecha. Pero eso es otra historia.