La religión de Autorquía
Pese a que los primeros habitantes de la isla prefirieron no tratar el tema y, si acaso, decantarse por un discreto agnosticismo, muy pronto los asuntos de la fe arribaron a Autorquía. En realidad, si nos dejamos guiar por los archivos, fue solo una minoría de colonos la que insistió en ello, pero con eso bastó para que, a comienzos del siglo XIX, hacerle hueco a la religión fuera un tema ineludible.
La siguiente cuestión fue, obviamente, qué culto sería más conveniente adoptar. Esto causó la temprana división de los defensores de las religiones —que comenzaron a ser conocidos en la isla como «iconoplastas»—, quienes, para gran sorpresa del resto de autorqueses, favorecían el propio y echaban pestes de los ajenos. Como la proposición de construir un templo para cada una de las religiones fue rechazada de plano, se llegó a la resolución de que todas deberían compartir el mismo espacio. A tal efecto, se construiría un templo, panteón o, como lo llamase jocosamente Irene Graps de Torremolinos, gobernadora de Autorquía en 1814, «corral de vecinos».
Pero no todas las noticias fueron buenas para los defensores de las religiones. Resultó que en esa época, debido a las Guerras Napoleónicas en Europa, la inestabilidad en América, el pasotismo generalizado en Asia y el drástico descenso de las apuestas ilegales asociadas a las peleas de koalas en Australia, los fondos de Autorquía descendieron a niveles nunca vistos. Al no haber suficientes tuits para casi nada, y menos para la construcción del templo, los «iconoplastas» se vieron obligados a utilizar el único edificio apto en toda la isla para sus ritos: la biblioteca general.
Se hizo todo lo posible para acomodarlos, se les dio un día especial a cada uno con horarios específicos, incluso se construyó un ingenioso sistema de poleas para ocultar los símbolos de las otras religiones durante los oficios. Pero nada de eso consiguió evitar la implacable caída de las religiones —la última ceremonia oficiada en la biblioteca fue un entierro cristiano ortodoxo en 1836—.
El principal motivo de esto fue que los feligreses, al verse rodeados de tantos libros, comenzaron a leerlos a hurtadillas. Llenaron sus ojos de aventuras y filosofía, de comedias e historia; viajaron a los últimos confines del mundo, incluso a lugares que ni siquiera existían. Pese a los esfuerzos de párrocos, chamanes, rabinos, pastores e imanes, esa competencia fue demasiado.
Y ese es el motivo por el que, a día de hoy, el único templo que existe en Autorquía es la biblioteca, donde solo se le rinde culto al «Conocientismo».
Ilustración: Fabián Montojo