Organización administrativa de Autorquía
Un detalle muy a tener en cuenta para comprender el modo de vida de los autorqueses es el de su organización administrativa. Ya hemos mencionado en alguna ocasión la figura del gobernador y sus atribuciones político-editoriales, pero existen muchos otros cargos que ayudan a gestionar los asuntos de la isla y que son reemplazados cada año. Pasamos a enumerar algunos de los más importantes.
El alguacil, elegido por el propio gobernador en el momento de la toma de posesión de su cargo, ayuda a que se cumplan las disposiciones de su superior. Su principal tarea es mantener el orden, sancionar con multas (e incluso arresto domiciliario, ya que no hay cárceles en la isla) a los infractores y la corrección ortotipográfica de los textos.
El sumo sacerdote de la Sacra Iglesia Agnóstica de Autorquía es el encargado de velar por las costumbres, el estilo y el buen uso del lenguaje. También depende de él el mantenimiento del Santo Templo de Todos los Dioses o, lo que es lo mismo, la biblioteca municipal, el edificio más antiguo de la república. Es elegido por sorteo.
El crítico literario es, de largo, el puesto más odiado por todos los autorqueses. Su función teórica es la de leer y dar su opinión sobre los escritos de sus vecinos, pero, en realidad, su principal ocupación es huir de las iras de los isleños. Es un cargo otorgado a modo de castigo a aquellos ciudadanos que han cometido un delito de especial atrocidad, como asesinato, plagio, rimar «camino» con «destino» o terminar una novela como si todo fuera un sueño de su protagonista.
El tribuno de la plebe, cuyo nombre hace honor a la magistratura de la antigua Roma, es elegido por votación en la asamblea de Autorquía. Suele ser alguien joven, con carisma, interesado en caer simpático a todo el mundo. Su función es la de agente literario de los autores del país. Lo normal es que no se sepa dónde se mete y que nunca atienda al teléfono.
Finalmente, el embajador es el encargado de promocionar las obras de los autorqueses allende los mares. En sus manos se encuentra casi la mitad del presupuesto, pero también es cierto que de él dependen todas las ganancias de la república. Para llegar a embajador hay que superar una serie de pruebas de dificultad mítica, como escribir una carta de amor sin utilizar la letra m, abstenerse de tomar café, alcohol u opiáceos durante el proceso, leer La broma infinita de David Foster Wallace o recitar a Gloria Fuertes con una magdalena (obviamente seca) en la boca.
Ilustración: César Ojeda