Personajes que no son personajes
La importancia de los personajes en las novelas es vital, tanto que un mal libro puede ser sostenido por uno o varios buenos protagonistas, mientras que un buen libro se pierde si falla en este aspecto. Mucho se ha hablado y escrito de este tema, de modo que vamos a dejarlo pasar (por el momento) para centrarnos en aquellos personajes que no tienen ojos, nariz, boca, ni orejas; los que hablan sin voz y pueden distinguirse a la perfección si uno se detiene a observar. No nos estamos refiriendo a fantasmas, sino a escenarios.
Aunque no todos los escenarios tienen el mismo estatus en una historia, sí hay algunos con ciertas características especiales que les hacen cobrar vida. Pueden tener alguna propiedad mágica o estar malditos; pueden estar ocultos, perdidos, o pueden ser una gran metrópolis; pueden ser oscuros, cálidos, lluviosos, rupestres, feos, sobrehabitados, opresivos, decadentes, pacíficos, recónditos, imaginarios, amenazados... Las características de ese lugar (y del momento concreto en el que transcurre la narración) son las que hacen que los personajes que lo habitan se comporten de una forma o de otra, dándole así voz propia y un trasfondo de jugoso valor literario.
Por ello, hay que trabajar los escenarios principales como si de un protagonista se tratase. Antes de plasmarlos sobre el papel hay que recabar tanta información sobre ellos como sea posible, aunque luego esto no aparezca en el texto final: su historia, sus gentes, sus peculiaridades, su vida cotidiana, sus fiestas, sus rivalidades... Y hay que mantener la coherencia hasta el final. De este modo ganaremos un personaje extra que aportará verosimilitud a los otros personajes (normales), y una consistencia férrea a la trama.
A Macondo, Hogwarts, Autorquía y La Comarca les gusta esto.