Cómo pulir el bello arte de la descripción eficiente
A la hora de tratar el estilo de nuestro libro, no podemos descuidar las descripciones. La idea es no hacerlas demasiado protagonistas (a no ser que pretendamos escribir una obra barroca), pero sí lo suficientemente poderosas como para dejar al lector atrapado en la acción, que es lo que en realidad nos interesa. ¿Cómo conseguirlo? En este artículo vamos a dar unos consejos para ello.
Lo primero es saber cómo administrar las descripciones. Debemos darles su sitio con idea de que el lector se coloque y pueda dar comienzo todo. Por supuesto que podemos prescindir de ellas, pero, si lo que pretendemos es ser precisos, hay que saber que la descripción debe realizarse antes de que tenga lugar la acción.
Su extensión puede variar dependiendo de la importancia del lugar o el momento. Por ejemplo, no es lo mismo que los personajes se encuentren en una calle cualquiera de una ciudad común, que en las faldas de un volcán a punto de entrar en erupción en el planeta Venus. Incluso en un caso tan extremo como este último, lo recomendable es no excederse nunca. Lo ideal es fijar el escenario o la situación con unas pocas líneas (un par de frases o tres), utilizando un lenguaje simple y, aunque pueda parecer complicado, sin abusar de los adjetivos. Para esto ayuda en gran medida el uso de símiles. Mejor si son originales, no demasiado complejos y sí muy visuales. Por ejemplo, mejor «era más lento que el paso de un cruel invierno» que «era más lento que el caballo del malo».
Un problema muy recurrente en escritores novatos es pretender meter la situación por los ojos del lector a la fuerza, repitiendo machaconamente los conceptos que se quieren mostrar. Por ejemplo, una fiesta de la alta sociedad no se convierte en elegante porque se repita numerosas veces esa palabra en la descripción. Con eso solo conseguimos construir escenarios vacíos, ya vistos y, paradójicamente, pobres. Recordemos siempre aquella máxima de mostrar, no contar.
Para evitar este efecto reiterativo, hueco y tan tendente a caer en el tópico, proponemos un juego literario. Si pretendes mostrar ciertos aspectos en concreto, como, en este caso, la elegancia, prueba a prescindir por completo de esa palabra en la descripción. Si, por ejemplo, quieres hablar de un lugar muy sucio, evita usar ese concepto (no solo la palabra sucio, sino también sus sinónimos). Tus textos ganarán en profundidad y crearás una mayor conexión con el lector.
Como ejemplo ponemos este corto extracto de la genial Coburn, de Pablo García Naranjo:
"Era un bar anclado en la calle Delancey, entre antros de peristas y escaparates opacos; de esos en los que uno entra porque tiene demasiada sed o demasiadas ganas de mear."
Ilustración: César Ojeda.