Estudiar en Autorquía
Desde su misma fundación, Autorquía fue pensada como el país donde gobiernan los autores, esto es, un lugar entregado a los escritores y sus escritos. Todo lo que allí se podía encontrar estaba destinado a este propósito: si había un banco, era para sentarse a escribir; si se había respetado un bosque, era para pasear y encontrar inspiración; si se había limpiado una playa, era para reunir allí a los lectores y contarles las últimas novedades. Siempre fue así.
Este paraíso natural y, al mismo tiempo, artificial funcionó a las mil maravillas para sus habitantes y no pocos visitantes. Pero muy pronto surgió un inconveniente: fruto de los inevitables escarceos amorosos, llegaron al mundo los primeros autorqueses autóctonos 100% isleños. No se trataba de un problema médico, pues por suerte nunca han faltado doctores entre nuestros habitantes. El asunto era que nadie sabía qué hacer con estos hijos de Autorquía.
La primera solución, dejarlos sueltos, fue rápidamente descartada. Las siguientes propuestas, lanzarlos al mar o deportarlos, tampoco tuvieron los apoyos suficientes para salir adelante —aparte del escándalo internacional que supuso su sugerencia—. Solo quedaba una opción: quedarse con ellos y, por extensión, educarlos.
Para el autorqués medio, cualquier cosa distinta a sentarse a escribir o, como se dice en la isla, «preparar el espíritu para la llegada de las musas» —lo que algunos consideran un pobre eufemismo de «ingerir alcohol»— es una pérdida de tiempo. Es cierto que muchos de los isleños habían ejercido alguna profesión más allá de las letras, pero ellos preferían olvidarse de su vida anterior. Además, enseñar ante un aula llena de jóvenes asilvestrados nunca resultó demasiado atractivo.
Por lo tanto, y pese a las reticencias de la mayoría, un decreto firmado por el gobernador Lucas Peteño estableció que todos los habitantes de la isla que hubieran superado la mayoría de edad —31 años y siete meses— debían emplear, al menos, un semestre cada cinco años en dar clases de alguna asignatura relacionada con la actividad del país donde gobiernan los autores: estilo, ortotipografía, escritura creativa, historia de la literatura, guión de cine, encuadernación de libros, mundo editorial, etc.
La primera consecuencia de esto fue la creciente fama de la isla como lugar para acudir a aprender el arte de la escritura —con cientos de nuevos matriculados cada curso—, así como el notable y, a la vez, triste índice de abandono escolar de los jóvenes autorqueses que no sentían la vocación de las letras. Esto último, a su vez, dio origen a la fundación del reino de Futbolonia, isla vecina y archienemiga de Autorquía. Pero esa es otra historia.
Ilustración: César Ojeda