La importancia de llamarse Ernesto (o Torcuato)
Es una pregunta frecuente en todos los autores de ficción: ¿qué nombre le pongo a los personajes? En un primer momento podría parecer que es algo que carece de importancia, pero, ¿en realidad es así?
El gran maestro colombiano, Gabriel García Márquez, era muy dado a los nombres rimbombantes y complicados, no sólo en Cien años de soledad, donde sembró el caos con sus múltiples Arcadios y Aurelianos, sino en la mayoría de sus obras. ¿Qué conseguía con esto? Primero de todo, lograba de un plumazo la atención del lector y dejar claro quién es quién (salvo en el caso ya comentado de los Aurelianos y Arcadios, cosa, por otra parte, pretendida). Por otro lado, ayudaba a conseguir que sus personajes traspasaran las fronteras del libro y se hicieran inolvidables. ¿Quién se puede olvidar acaso de Florentino Ariza, Remedios la bella, o Nena Daconte (que llegó incluso a dar nombre a un grupo pop)?
Esto no quiere decir que sea obligatorio un nombre destacable; a veces no hace falta ninguno en absoluto como en el caso de la mujer del médico en Ensayo sobre la ceguera, o en el padre de La carretera. Sin embargo, en caso de usarlos, merece la pena pasar un tiempo pensando para que estos sean originales (sin pasarnos), con buena sonoridad, que peguen con el personaje (o sean completamente distintos a él), que casen bien con uno o los dos apellidos, o que sean un apodo acertado. Los lectores los reconocerán enseguida y esto les ayudará a sumergirse en la trama.