Autorquía y la guerra contra los piratas
Los piratas ya azotaban los cuatro rincones del Gran Océano mucho antes de la fundación de Autorquía. De hecho, no era raro cruzarse con ellos en cualquier otra parte del mundo, independientemente de si se navegaba, se comerciaba en puerto o se recalificaba un terrenito. Tal vez asqueado por tan execrable actividad, el mismo fundador del país donde gobiernan los autores, Johannes O'Shea, estableció estrictas leyes antipiratería en el acta de fundación.
Se prohibió cualquier actividad fraudulenta en toda la isla e islotes cercanos, cosa que se demostró poco eficiente, ya que los piratas no necesitaban bajarse de sus barcos para llevar a cabo sus chanchullos. Esto llevó a la rápida creación de un entusiasta sistema de guardacostas que, una vez más, tampoco consiguió atajar el problema; los ejemplares copiados y vendidos a precio ridículo seguían llegando a Autorquía (pese a que los autorqueses juraban y perjuraban que ellos no los compraban).
Ni corto ni perezoso, Johannes O'Shea invirtió los pocos recursos con los que contaba la república para crear una pequeña flota cuyo objetivo era atacar los recónditos puertos donde los piratas se escondían. Hubo muchas y afamadas operaciones que destruyeron con éxito varias de estas bases, lo que, por cierto, trajo el problema de qué hacer con tanto papel de las obras incautadas, ya que O'Shea era un ecologista convencido y no admitía que estas se quemasen ni que, por descontado, se arrojasen al mar. La solución se encontró muy pronto con la creación de la que todavía hoy es la mayor escuela de origami de este lado del planeta.
Sin embargo, pese a los enormes esfuerzos de la flota autorquesa, pese al gran número de puertos piratas destruidos, los días de Johannes O'Shea llegaron a su fin sin haber encontrado una solución al problema. Simplemente, los piratas reaparecían con su actividad en otro lugar sin que nadie supiera cómo.
Pasaron los años, los esfuerzos autorqueses antipiratería se intensificaron y el problema seguía existiendo. No solo eso, sino que los piratas desarrollaron nuevas técnicas de copia y distribución ilegales, además de una práctica revolucionaria de estafa masiva con la que consiguieron engañar a miles de cándidos autores por todo el globo y que respondía al mil veces maldito nombre de «coedición».
Fastidiados y frustrados por aquellos que amenazaban el noble trabajo de la escritura, los isleños encontraron la inesperada ayuda de un joven y atormentado poeta que, por azares de la vida, y sin pretenderlo en ningún momento, consiguió erradicar el problema infiltrándose entre la tripulación del Nuestra Señora del Http://PDF-Descarga-Libros.tk, buque insignia de la flota pirata. Era el año 1796 (también conocido como «año de la gobernadora Paulina Pilongo»), y supuso el nacimiento de un héroe.
Se trataba de Hernán «Dubidubi» Mandangan, quien fue en todo momento acompañado, secundado y (no pocas veces) salvado por la señorita Cottonhead, ensayista, ornitóloga, ilustradora al carboncillo y, según cuentan, una virtuosa de la tuba. Lamentamos profundamente habernos quedado sin espacio aquí para relatar su homérico viaje. Próximamente, tal vez.
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Ilustración: emmeffe6