La Revolución autorquesa
Aunque hoy en día la organización administrativa de Autorquía funciona perfectamente —salvo, quizá, los días que coinciden varias firmas de libros—, no siempre ha sido así. Desde la misma muerte de su fundador, los autorqueses han buscado alcanzar una justicia social sin precedentes en ningún otro país.
No obstante, durante un tiempo fueron continuos los episodios de gobernadores que se atrincheraban en el cargo más allá del año que les correspondía, o de escritores que daban un golpe de Estado apoyados por mesnadas de lectores leales y demás autores de fanfiction. Estos golpistas, aupados por excepcionales éxitos de ventas o por premios literarios de relumbrón, eran, sin duda, los más temidos. Los usurpadores creativos y dictadores editoriales no solían durar demasiado en la Casa Ahuesada —hogar tradicional del gobernador—, pero eran una amenaza constante para la democracia isleña.
En 1923, el escritor de novela erótica paranormal, Pomponio Bautista de la Esquina, depuso por la fuerza de la tinta a la electa Patricia Lowsmith. Casualmente, de la Esquina y Lowsmith eran rivales literarios directos en la época y, entre otras cosas, andaban siempre a la gresca por aparecer en las portadas de las publicaciones especializadas más importantes, como la muy aclamada revista I don't give a sheet.
La guerra entre los seguidores de uno y otra fue inevitable y cruenta. De la noche a la mañana, los cafés de la isla se llenaron de interminables jam sessions de poesía, lecturas conjuntas, sorteos, entrevistas, presentaciones, sinopsis en octavillas, carteles con sus portadas, representaciones teatrales. Todo relacionado con Lowsmith o de la Esquina. Las bajas se contaron por centenares.
Cuando el hospital psiquiátrico de la isla estaba ya a rebosar y el suministro de tinta y cerveza —que solían llegar en el mismo barco— comenzó a faltar, los autorqueses no seguidores de ninguno de estos autores —que venían a ser como el 95% de la población— dijeron basta. No solo dejaron de acudir a cualquier evento relacionado con estos dos escritores, sino que valoraron sus obras con una estrella de cinco en las librerías y, además, sus libros fueron desterrados automáticamente a las repisas más altas, el mayor castigo posible en Autorquía. Lowsmith y de la Esquina tuvieron que marcharse para jamás volver.
Este acontecimiento, también conocido como la Revolución autorquesa, sirvió para instaurar un nuevo régimen en el que el poder de los gobernadores quedaba más limitado y los autores pasaban a tener un mayor dominio sobre las decisiones en los asuntos de la isla, así como en la edición y la distribución de sus textos. Corría la primavera de 1924 y, desde entonces, salvo algún conato aislado de best seller, se ha mantenido la paz.
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Ilustración: César Ojeda