La materia prima en Autorquía
Como nación exitosa que se rige por cánones alternativos al sistema imperante en occidente, Autorquía sufre continuos ataques dialécticos por parte de la prensa internacional. Los medios critican, día sí, día también, asuntos como sus medios de comunicación, su sistema educativo o su economía. Son especialmente insistentes con esto último.
Es cierto que Autorquía importa la mayor parte de sus productos, pero esto es debido a 1) el casi obsesivo respeto por el medio ambiente de la isla, que impide plantaciones a excepción de algunos huertos, y 2) que entre sus habitantes apenas hay alguien que sepa hacer otra cosa que leer, escribir, editar o promocionar (libros).
No obstante, como la temporada de huracanes dura meses y no es raro que las comunicaciones con el resto del océano se vean cortadas, los autorqueses han aprendido a sacar el máximo rendimiento de los recursos de la isla sin afectar su flora ni su fauna.
La eventual carencia de estilográficas es suplida con las hojas caídas del papagárbol, una especie autóctona de conífera cuyas hojas carentes de clorofila se asemejan asombrosamente a plumas de loro común. Tienen un sabor parecido al regaliz, pero por su toxicidad no se recomienda su consumo a menores de tres años ni a gatos.
Aquellas veces que se agota la tinta, los autorqueses acuden a la Grieta del Silencio, justo en la falda nororiental del monte Sinnombre. De allí mana un misterioso líquido negro, pastoso y maloliente, ideal para rellenar tinteros e impregnar las cintas de las máquinas de escribir. Eso sí, no conviene acercarle velas porque es furiosamente inflamable.
Aunque pueda parecer sorprendente, hay dos productos indispensables para la creación literaria cuyo número no preocupa en absoluto a los isleños. Uno de ellos es el papel ¿A quién podría preocuparle, habiendo paredes, techos, puertas, ventanas y todo aquello que presenta una superficie más o menos lisa y clara?
El otro es la cerveza y los espirituosos. Además de que Autorquía cuenta con una reserva de emergencia casi imposible de agotar, los isleños han desarrollado un licor de fabricación casera a base de agua de lluvia, remolachas silvestres y papel fermentado de libro de quinta o sexta mano que todo el mundo ha leído y nadie quiere. Su nombre es «literagüita», tiene una graduación difícil de asumir, y su sabor —y efecto— varía dependiendo del género, temática, tono y autor del libro en cuestión.
Están documentados los diferentes tipos de borracheras producidas por literagüita de casi todos los autores. No obstante, nadie se ha atrevido aún con Tolstoi, Joyce ni Foster Wallace. Y si lo ha hecho, o no ha vivido para contarlo, o ha preferido callárselo.
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Ilustración: Flickr