Enamorarse en Autorquía
No es complicado enamorarse en Autorquía; de hecho, lo complicado es no hacerlo. Las mágicas calas, los prados de un verde que no entiende de estaciones, el cielo recortado por los omnipresentes promontorios, los mil rincones con encanto de la capital, el siempre cambiante mar. Con semejante fábrica de escenarios únicos resulta imposible esquivar los flechazos, lo que convierte cada cita, por desastrosa que pueda ser, en un éxito asegurado.
Así han nacido incontables historias de amor entre los autorqueses, maravillosas, únicas, memorables. Sin embargo, aunque pueda parecer increíble, hay quien no disfruta del triunfo del amor. No nos estamos refiriendo a algún ex-amante con el corazón hecho añicos, sino a una figura fundamental en la vida de la isla: el gobernador.
Elegido democráticamente cada año, el gobernador de Autorquía tiene atribuciones político-editoriales, lo que viene a significar que, dado el bajísimo índice de problemas entre los isleños, se encarga casi por entero de la revisión de los escritos autóctonos. Efectivamente, no suele ser una figura demasiado apreciada. Resulta que, durante los procesos de enamoramiento, la producción de los autorqueses se centra casi en exclusiva en temas relacionados con el corazón. Abunda el romance en todas sus facetas, hay superávit de poesía, overbooking de finales felices y, en general, la calidad cae en picado.
No en vano, este ha sido el principal problema de los rectores de la isla desde casi el inicio. La solución la trajo la controvertida Agnes Wang, al mando en varios años salteados a comienzos del siglo XX. Agnes elaboró una estrategia consistente en potenciar a los personajes y hacerlos demasiado perfectos a ojos del lector. Estos personajes debían destacar en todo lo que hicieran, ya fueran héroes o antihéroes, buenos o malos, hombres o mujeres, niños o ancianos; tenían que ser, simplemente, imposibles de igualar por cualquier persona de carne y hueso.
De este modo, las expectativas románticas de la población crecieron hasta el ridículo: no había manera de llegar a la suela de los zapatos de los protagonistas. Como resultado, al mes (mes y medio para los más entusiastas) de empezar una relación, esta terminaba rompiéndose sin remedio, lo que trajo consigo la proliferación de textos existenciales y relatos de terror, así como un interesante, a la par que preocupante, incremento del alcoholismo.
Ilustración: César Ojeda