El control del ego como herramienta para mejorar la escritura
Uno de los clichés más recurrentes que persiguen a los escritores es, más allá de su relación con el alcoholismo o su coqueteo con el suicidio, el ego. El proverbial ego del escritor. Debemos reconocer que es una fama merecida, forjada a través de los siglos por un sinfín de anécdotas donde escritores famosos sacaban a pasear un orgullo y una prepotencia desmedidos. Posiblemente, el mejor ejemplo sea el de Francisco Umbral y su celebérrimo "yo he venido aquí a hablar de mi libro".
Sin embargo, y por sorprendente que parezca, el ego del escritor no aparece una vez llegado el éxito, sino que está ahí desde el principio, como si fuera algo congénito, algo que va unido obligatoriamente a la creación literaria. La primera manifestación de esto se puede ver cuando el autor muestra un amor incondicional hacia su propia obra. Amar está bien, pero en el momento que esto conlleva el nublar los sentidos y, por lo tanto, no poder ver los defectos del objeto amado, se convierte en un serio problema.
Desde luego, superar pronto esta fase de enamoramiento, o mejor todavía, no desarrollarla nunca, ayuda a descubrir los posibles problemas de las obras. Puede llegar a ser molesto, incluso doloroso, pero la buena noticia es que, a diferencia de algunos amantes, esos fallos se pueden corregir. Y esto es algo que debe saber todo escritor: no hay obra actual, por famosa que sea, que no haya sido corregida, al menos, una vez.
Ver los errores propios no es solo uno de los primeros pasos para construir un gran libro, sino que también ayuda a mejorar la escritura mediante el siempre efectivo prueba-error. Pero para ello es necesario tener bajo control el ego. Ya habrá tiempo de endiosarse en el futuro.
Ilustración: plaisanter~