Hibridando géneros como si no hubiera un mañana: la comedia
Los ecos de la reciente visita a Autorquía de los escritores David Olier, Miriam Beizana, Ana González Duque, Rafa de la Rosa y Mayte Esteban todavía resuenan por aquí. Y no ya solo por la pantagruélica fiesta de despedida que se dio en su honor —lo que pasa en la isla, se queda en la isla—, sino por la valiosa información que dejaron y que fue recogida por nuestros cronistas en el respectivo post.
Queremos que sepas que a día de hoy seguimos teniendo a un equipo de nuestros mejores investigadores trabajando en el texto de su testimonio. De las múltiples conclusiones que están extrayendo de él, hay una que no debe ser pasada por alto y que puede ser de gran ayuda para escritores que aún no han definido su estilo. Se trata de la hibridación de géneros.
De libros y perros
Hoy sopla con fuerza el Mordisquito, nombre que le damos en Autorquía al viento cálido y racheado del sur que trastoca un poco —mucho— los ánimos de los isleños. Así que vamos a tomarnos la licencia de comparar los géneros literarios con las razas de perros. No nos lo tengas en cuenta.
Todos conocemos los géneros literarios, están perfectamente definidos. Si eres amante de uno, conocerás las características, obras más insignes, autores más representativos y, si eres especialmente fiel, cuáles han sido sus precedentes y cómo ha evolucionado a lo largo del tiempo. Pues lo mismo ocurre con las razas de perros: desde que comenzaron a aplicarse las leyes de Mendel a los animales de compañía, comenzaron a surgir razas cada vez más definidas. Todo en relativamente poco tiempo.
Así, podemos decir sin temor a equivocarnos que una novela negra policial va sobre la resolución de uno o varios crímenes, implica una investigación y conduce al descubrimiento de un culpable, del mismo modo que podemos afirmar que un teckel de pelo duro es tozudo, tiene una mordida poderosa, gran olfato, patas cortas, tronco largo y desarrollado instinto cazador.
Más allá de que las características de los géneros literarios sean mejores o peores, lo que realmente importa es que le guste a un amplio número de lectores. Habrá quienes argumenten las bondades y virtudes de su tipo de libro favorito, pero no deja de ser algo totalmente romántico y basado en el gusto. Y podría decirse exactamente lo mismo de las razas de perro —entendidas exclusivamente como animales de compañía, ojo—.
Hasta aquí todo más o menos correcto, ¿verdad? Ahora vienen las curvas. Las características de los géneros, tan definidas, tienen tendencia a una mórbida inmovilidad. Si algo funciona, para qué cambiarlo, ¿no? Esto lleva a géneros monolíticos, donde se premia solo lo bien que se ha replicado el molde original y se desmerece lo que trate de sacar los pies del tiesto. Quien haya visto una competición de belleza canina conocerá las similitudes.
¡Viva el mestizaje!
Bueno, ¿y qué? Pues con los perros de pura raza ocurre que viven menos, tienen peor salud, son menos inteligentes, hay un enorme negocio montado a su alrededor y tienen un precio que muchos consideramos desorbitado e inmerecido. Y con los géneros literarios, pues...
Hay una cosa que sí tienen los denostados perretes mestizos y esto es que son distintos, que se salen de los cánones de belleza establecidos, pero siguen teniendo todas virtudes de los canes y, además, ninguna de las desventajas físicas de los de raza. Para disfrutarlos hay que atreverse a dar el primer paso, hay que querer, pero una vez que los pruebas ya no hay marcha atrás.
Hemos recorrido todo este trecho para volver a la recomendación que nos hicieron nuestros ilustres visitantes al principio: mezclar géneros es positivo. Aporta frescura, da libertad de movimientos, sorprende a los lectores. Está claro que no es garante del éxito y que exige un esfuerzo extra —por tu parte, como autor, para alcanzar un acabado interesante, y por parte del lector, para convencerse—, pero te puede ayudar a destacar entre tantos y tantos autores.
Los tres comodines de la hibridación
En recientes estudios literarios desarrollados en Autorquía hemos encontrado que hay tres géneros excelentes que, por sus características más generalistas, son más susceptibles de ser mezclados con éxito con cualquier otro género. Estamos hablando de los comodines de la hibridación: la tragedia, la comedia y el romance.
Independientemente del tipo de libro que tengamos entre manos, casi siempre hay espacio para uno o varios de estos comodines. A dos de ellos —comedia y tragedia— les basta con trabajar el tono, pero los tres buscan una misma cosa: crear un tipo concreto de sensaciones en el lector.
La parte negativa está en que para controlar estos artes se requiere precisión y un gran dominio de la trama y los registros narrativos. Pero merece la pena intentarlo. Y como suele decirse que no hay nada más complicado que hacer reír y en Autorquía nos gustan los retos, comenzamos hablando de la comedia.
Lo que la comedia esconde
Es fácil describir lo que es una comedia: una obra que busque hacer reír al lector. Lo complicado es eso, hacer reír. Es el único requisito que se le pide a este tipo de libros: que el lector disfrute y se carcajee mientras lee. Esto es tan ventaja como inconveniente. Por un lado, a un libro realmente gracioso se le van a perdonar incluso los errores más graves. Por otro, pues eso, que es tremendamente complicado hacer reír.
Ya hemos publicado un vídeo con diez consejos básicos para escribir comedia, y en este post vamos a dar algunas claves que como autor necesitas saber si quieres adentrarte en la senda de la buena comedia.
De obra de género a obra para todos los públicos
Efectivamente, si las obras dentro de un género concreto son muy específicas y sus características están ahí con el fin de contentar a su público objetivo, la comedia es 100% abierta. Es posible que haya gente a la que no le gusten las obras de humor, pero el porcentaje de personas que sí las disfrutan siempre va a ser mayor. Hay lectores que jamás se acercarían a un libro de fantasía, por ejemplo, pero la idea de una sátira sobre este tipo de libros sí que les puede atraer.
Y, vale, es posible que haya momentos en la vida en los que muchos preferirán no leer humor, pero son justo eso, momentos concretos. No hay demasiada gente que rechace la comedia categóricamente. Y todavía menos debería haber.
Muy atento a tus lectores beta
Si no eres muy de usar lectores beta, además de tener que leerte este magnífico post, tienes que empezar a planteártelo. Y es que, claro, alma de cántaro, más que saber si todo cuadra a la perfección, escribiendo comedia lo que necesitas averiguar es si consigues hacer gracia. Así que empieza a pasar tu libro a lectores de confianza desde las primeras versiones para ir trabajando los puntos donde flojee, ya que, como veremos en el punto siguiente, es fácil perder el favor de las carcajadas. Y cuando eso ocurre, ya no habrá nada que tape los otros problemas del libro...
Momentos valle (de la muerte)
En efecto, una característica bastante común de las comedias puras es que el número de situaciones cómicas fluctúa. Es normal, no siempre es posible mantener el ritmo por todo lo alto y estar descacharrando al personal a cada página. Son los temidos momentos valle, en los que la acción sigue transcurriendo, pero ya nadie se ríe. Por eso mismo, es fundamental que planifiques a la perfección la novela, de modo que no pase demasiado rato entre una situación graciosa y la siguiente.
Si no quieres que esos momentos valle arruinen la diversión, ya sabes, minimízalos.
Controla la extensión, ¡la extensión!
No es una condición fundamental, pero es cierto que a la comedia le sientan bien las extensiones más cortas. Piensa en ello como una mina de diamantes. Tu principal propuesta es, obviamente, extraer diamantes. A todo el mundo le gustan los diamantes. Pero diamantes en los collares, en los anillos, en los relojes, en los marcos de los espejos, en los dientes, en los zapatos, en la cadena para atar la bici, en el salero, en el papel higiénico... Llega un momento en el que tanto diamante cansa, por brillante que sea.
Así que vende la mina cuando sepas que da producción, sácale un buen beneficio y dedícate a explotar otra cosa, rubíes o zafiros, por ejemplo. O dicho de otra manera, haz tu comedia corta en extensión. Ganarás en factor sorpresa y no dará tiempo a que se agoten los chistes.
No copies, emula
Si estás interesado en escribir obras de humor, seguramente haya algún libro o autor que te guste especialmente. No hay problema en que te inspire un trabajo en concreto, pero debes saber que bajo ningún concepto debes tratar de igualar ese estilo. Este consejo, que podría extenderse a los demás tipos de libro, está especialmente vigente en la comedia. El motivo es idéntico que con el tema de los diamantes: los mismos chistes una y otra vez aburren.
De modo que, en lugar de dejarte influenciar por tus cómicos favoritos, busca hacer lo mismo que hicieron ellos. No nos referimos a los chistes en sí, sino a qué cambiaron, qué hicieron diferente para conseguir esa fama y esa admiración.
Solo cuando estés preparado
La risa es uno de los mejores regalos que puedas hacerle a los lectores. Si lo consigues, te estarán agradecidos por siempre. Por eso mismo, para hacerlo bien, nuestra última recomendación es que te dediques a escribir comedia solo cuando el cuerpo te lo pida. Si no te encuentras en un estado anímico idóneo para el humor —cosa que en mayor o menor medida nos pasa a todos—, simplemente dedícate a otra cosa. No fuerces la máquina. Tu público lo agradecerá.
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